
El Cuarto Domingo de Adviento es el domingo previo a la Navidad.
Pongamos la mirada en lo que está por suceder y dejemos lo que quedó atrás.
En esta ocasión encenderemos la última vela de la corona como símbolo de que la espera está por terminar; el Señor está muy cerca y viene trayendo la alegría de la paz. Por eso, oremos junto a María, quien es “Morada de la Luz”, y pidamos la gracia que necesitamos para acoger al Niño Jesús con amor y humildad. Que María sea quien nos recuerde que “… la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros” (Jn 1, 14).

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.” Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.” Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer. Mateo 1:18-24